Por fin nuestra vida poco a poco vuelve a la normalidad. Salimos del confinamiento y recuperamos el aire libre y algunas de las costumbres que teníamos antes de la pandemia. Parece que por fin nuestra vida vuelve a la que era antes. La pregunta que muchos nos hacemos es, ¿queremos volver a lo que era normal?
DEL CONFINAMIENTO A LA NATURALEZA
Hace unos días me escribió una conocida de hace años, Cristina. Su padre, un experimentado montañero, necesitaba salir del centro de Madrid y escaparse a la montaña. Ya había vivido demasiados días de asfalto y tan solo quería disfrutar viendo los piornos en flor en las cumbres de la Sierra de Guadarrama. Así que organizamos una ruta para ellos por el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Los Parques Nacionales son los espacios naturales más selectos de nuestro país, tan sólo encontramos 15 espacios bajo esta denominación que les otorga la máxima protección.
Una vez llegamos al Puerto de Cotos comenzamos nuestra ruta con el objetivo de alcanzar el corazón del parque: la Laguna de Peñalara y la Laguna de los Pájaros. Estas lagunas se formaron hace miles de años, cuando en su lugar encontrábamos glaciares. La erosión glaciar y el cambio en el clima nos dejaron estas lagunas de alta montaña como testigos de aquellas masas de hielo. Estas lagunas hoy son frágiles y valiosas y por este motivo tienen una distinción como humedal protegido Ramsar.
Al llegar a las lagunas nos sorprendió el croar de las ranas, y la cantidad de renacuajos que había en cada pequeño charco. Ranas, sapos, tritones, diminutas crías que parecían no inmutarse ante nuestra presencia. En las lagunas habitan 5 especies de anfibios endémicas de la Península Ibérica, es decir, especies que no encontramos en ningún otro lugar del mundo. Los anfibios son el grupo faunístico más amenazado por la destrucción del hábitat, la contaminación, el cambio climático y el tráfico de especies, unido a un hongo mortal -quitridio- que está fulminando las poblaciones de anfibios de todo el mundo, y sobre el que los investigadores han podido obtener muchos datos gracias a los estudios realizados precisamente en esta zona, por tratarse de un refugio para numerosas especies de anfibios diferentes.
Continuamos nuestro camino, envueltos en los perfumes de los piornos, que impregnaban cada soplo de aire que tomábamos, y de repente notamos una sombra que surcaba el cielo sobre nuestras cabezas. Se trataba de un buitre negro, un ave de casi 3 metros de envergadura y uno de los habitantes más imponentes del valle del Lozoya. Esta especie está en peligro de extinción a nivel regional según la UICN y por ello esta zona también está declarada como Zona Especial de Protección para las Aves (ZEPA).
CUANDO TODO ERA «NORMAL»
Sin duda hay razones suficientes para hacer de esta zona una de las más atractivas de nuestra región, y por ello son muchos los visitantes que recibe, también atraídos por las posibilidades deportivas: senderismo, escalada, escalada en hielo, esquí de montaña, carreras de montaña, actividades todas ellas que se han visto reguladas tras la aprobación del PRUG, documento que regula los usos del parque.
Recuerdo que ya incluso antes de la declaración como parque nacional se agolpaban masas ingentes de vehículos peleando por una plaza en el aparcamiento, el ruido y el humo de los motores y el barullo constante de la gente. Con la declaración, el efecto llamada propició la llegada de muchas más personas que acrecentaron la presión sobre este espacio tan delicado. La gente solía concentrarse cerca del centro de visitantes y a medida que avanzaba la distancia recorrida y la dificultad de la ruta el camino parecía despejarse, pero siempre se hacía complicado caminar de forma fluida o parar a mirar el paisaje o hacer una foto sin sentir detrás de ti el aliento de otro senderista impaciente por continuar el camino. En alguna ocasión las visitas han sido tantas que los grupos se han regulado para espaciarse unos diez minutos para evitar colapsar los itinerarios.
Los trayectos inevitablemente se alargaban por el trasiego de gente. Dejar pasar a los caminantes en sentido contrario, esquivar a los que llenan la cantimplora con agua en la fuente, y casi pelear por una piedra en la que sentarse a tomar aire.
NATURALEZA CONFINADA
Si bien hemos estado confinados durante más de dos meses, la naturaleza también ha vivido ese confinamiento. Un confinamiento que nos ha alejado de estas montañas y que ha permitido a los habitantes de estas lagunas, bosques y roquedos recuperar su espacio.
En nuestra ruta con Cristina y su familia tan sólo nos encontramos con un par de personas caminando que volvían de practicar deporte y unos pocos senderistas que subían desde la cara segoviana de la Sierra de Guadarrama. Esta vez todo era distinto, las sensaciones eran completamente diferentes. Estábamos en un entorno salvaje, donde la naturaleza se ha ido regenerando mientras nosotros estábamos confinados.
Nuestros sentidos estaban a flor de piel y éramos capaces de apreciar cada mínimo detalle como nunca habíamos hecho antes. Las flores de distintos colores, la brisa en la cara y el calor del sol. El cielo limpio, azul intenso, contrastando con el amarillo de los piornos y el verdor de las praderas. El sonido de las ranas y el canto de los pájaros. La fragancia de los piornos y el viento dispersando el polen de los pinos. Las lagartijas y las ranas se cruzaban a nuestro paso y nos observaban sin temor ninguno. El camino salpicado de huellas de corzos y algún zorrillo, y pequeños pinos abriéndose paso en los senderos, sin echar de menos el pisoteo de los senderistas. Vivimos la experiencia como un regalo, como naturaleza auténtica.
LA NUEVA NORMALIDAD
Sin duda durante estos meses la naturaleza ha vuelto a ocupar el sitio que le pertenece, y ahora la pregunta es, ¿queremos volver a la antigua normalidad? ¿Queremos volver a inundar la naturaleza de ruido, contaminación y bullicio?
Quizá ha llegado el momento de replantearse definitivamente la relación que tenemos con nuestro medio e incorporar la sostenibilidad y al mismo tiempo vivirla como una experiencia de calidad, alejada de masas y ruido, y disfrutar de silencio y la tranquilidad que nos brinda la naturaleza. La familia de Cristina y yo estamos de acuerdo, fue una visita excepcional y única.
Quizá lo razonable es liberar a la naturaleza de la presión humana y disfrutarla con menor frecuencia pero con más calidad, con menor número de visitas a los espacios naturales más frágiles o de mayor valor ecológico. Lo que parece evidente es que la pandemia nos obliga a una “nueva normalidad” respecto a muchas de nuestras costumbres, y quizá también es momento de trazar una “nueva normalidad” para nuestros ecosistemas, donde verdaderamente convivamos en armonía con ella. Donde los sapos puedan seguir croando tranquilos, el aire siga limpio, y nuestro ruido no altere el canto de los pájaros.
Y es que más allá del valor lúdico que proporciona la naturaleza, con ella teníamos la mejor vacuna para la pandemia. En nuestras manos está decidir qué hacemos con ella y por ende con nosotros mismos.