Estamos viviendo una distopía. Teníamos una vida relativamente cómoda. Vivíamos en nuestra zona de confort. Éramos libres. Libres de salir a la calle. Viajar a las antípodas. Explorar montañas. O tener todo aquello que quisiéramos. Éramos felices. ¿O no?
Este episodio de nuestra historia nos ha obligado a confinarnos en nuestros hogares, e inevitablemente a reflexionar. Echar de menos a las personas queridas, poder ir al cine o a un concierto, tomar unas cañas en una terraza o poder caminar por la Gran Vía de Madrid sin ningún miedo.
Si hay algo que yo echo en falta es sin duda la naturaleza. El calor del sol en la cara, el viento en el pelo y coger la mochila para irme a la montaña. Seguro que en estos días más de uno se ha dado cuenta de lo necesaria que es y por desgracia para ello ha hecho falta una pandemia. Pero lo cierto es que antes del Covid-19, ya necesitábamos naturaleza. Es lo que se conoce como SÍNDROME POR DÉFICIT DE NATURALEZA.
En 2008, Richard Louv escribió el libro titulado “Last Child in the Woods” donde se acuñó por primera vez este término. Louv señalaba que en la sociedad actual se está produciendo un cada vez menor contacto con la naturaleza y la vida al aire libre, motivado por el excesivo uso de la tecnología y el ritmo de vida acelerado, y que afecta directamente al desarrollo de las capacidades de los niños pero también al bienestar de los adultos.
Louv afirma que «los bosques fueron mi Ritalin. La naturaleza me calmó, me centró y también estimuló mis sentidos». Ritalin es un medicamento psicoestimulante empleado para el tratamiento del trastorno por déficit de atención e hiperactividad y que se emplea muy frecuente en niños inquietos y con desórdenes de atención.
En 2009 Taylor y Kuo demostraron que las dosis de naturaleza podrían servir como una nueva herramienta segura, barata y ampliamente accesible para manejar los síntomas del déficit de atención.
Ese mismo año, la ecoterapeuta Linda Buzzell-Saltzman recomendaba a las personas con alteraciones emocionales que pasaran más tiempo rodeados de naturaleza, interaccionando con el aire, el agua y los seres vivos, y guiándose en su actividad diaria por el curso del sol, en lugar de por el reloj.
Ya en 1982 el japonés Akiyama Tomohide, director de la Agencia Forestal de Japón comenzó a aplicar la ecoterapia conocida como Shinrin Yoku o baños de bosque como herramienta de prevención de enfermedades mentales como la depresión, el estrés o la ansiedad. Los tokiotas escapaban de la urbe para literalmente bañarse de bosque. Sumergiéndose en sonidos y texturas naturales, y aspirando sustancias producidas por los árboles -fitoncidas- se consigue un efecto medicinal que alivia las patologías mentales, ayuda a mejorar el estado de ánimo y según diversos estudios permite la expresión de proteínas anticancerígenas.
A día de hoy son muchos los psicólogos y profesionales de la salud mental los que afirman que el período de confinamiento debido al Covid-19 acarreará para muchas personas patologías como estrés post-traumático, ansiedad, adicciones o depresión. Quizá por este motivo, y mientras esperamos la ansiada vacuna del coronavirus, necesitamos ahora más que nunca la mejor medicina: NATURALEZA.